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Rebeldía

El mundo era un gélido páramo de conformismo e indiferencia, corazones congelados, ojos ciegos y labios enmudecidos; de conciencias aletargadas, viviendo sin sentir. Un imperio de nieve y escarcha, donde sueños y esperanzas yacían moribundos en un invierno perenne. Los copos se fundían en una nívea capa que los hacía iguales, indistinguibles y ajenos al mismo tiempo. Y entonces, la rebeldía fue un clamor, un grito de fuego danzando en el corazón, derritiendo miedos y avivando ilusiones, despertando muertos. Con su tiara en la cabeza fue reina de un mundo de iguales, pero distintos en una rica primavera de contrastes.


Imagen: jkrebs (Pixabay).

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